En su origen la barrica fue inventada por los celtas y tenía la función de transportar líquidos o sólidos. Sin embargo, posteriormente se observó que dotaba al vino de características y aromas diferentes, además de mejorar su conservación, siendo idónea para su crianza.
Algunos de los efectos de la crianza en barrica son:
Sobre el color del vino: el contacto con la madera hace que se incremente la tonalidad debido a la reacción de los taninos de la barrica con el vino.
Sobre el aroma: la madera aporta distintos matices al vino, siendo los más habituales a especias y tostados.
Sobre el sabor: la barrica le aporta dulzura al vino, así como diferentes aromas.

Después de su fermentación, el vino se almacena en las barricas de roble, donde sufre cambios químicos y se altera su composición, suavizando los taninos. A la vez, el contacto de la madera con el vino aporta nuevos matices y sabores. De esta forma, más aromas se percibirán en función de las características de la barrica según su tamaño, su uso y el tiempo que pase el vino en la misma. Si es más pequeña, más nueva y el vino pasa mucho tiempo en ella, adquirirá más matices. También son importantes cualidades de la madera como la porosidad y la permeabilidad, que favorecen una oxigenación controlada.

La fabricación de la barrica

Para fabricar las barricas, los trozos de roble se calientan para darle la curvatura característica. Este proceso también interfiere en las propiedades que heredará el vino, de manera que cuanto más tostado, menos taninos aportará. Así, existen cuatro tipos según el tostado de las duelas:
Ligero: aporta aromas avainillados y de coco.
Medio: resaltan notas más especiadas, vainilla y chocolate.
Alto: disminuyen las notas especiadas e incrementan las ahumadas, de café y de vainilla.
Muy alto: aumentan las notas tostadas y ahumadas.

La barrica y el vino

A pesar de que las barricas han sido fabricadas de diferentes tipos de maderas como cerezo, castaño o pino, la más habitual es la de roble, ya que por sus características es la más adecuada para la maduración del vino. Sin embargo, no todos los tipos de roble son aptos para ello. Por esta razón, las más utilizadas son las barricas de roble francés y de roble americano.

En primer lugar, en cuanto al rendimiento de la madera, es necesario mencionar que el roble francés necesita que el corte de la madera sea en sentido de la fibra para que las barricas puedan ser totalmente impermeables. Esta característica hace que se desperdicie una cantidad considerable de madera, siendo el rendimiento de un 20-25%. En cambio, el roble americano no tiene este inconveniente, de manera que es indiferente el corte del sentido de la fibra, siendo el rendimiento en torno al 50%.

Por otra parte, el roble americano tiene el poro abierto, lo que permite que llegue mayor oxígeno al vino en menos tiempo. Esto mismo afecta a los matices que hereda el vino, siendo un proceso rápido, lo que lo hace perfecto para vinos de crianza corta. Sin embargo, el roble francés tiene una madera densa con un poro muy cerrado, de forma que el vino madura lentamente. El aporte tánico y aromático es mucho mayor, pero también más lento, siendo idóneo para crianzas de larga duración.

Por último, podemos diferenciar distintos tipos de vino según el tiempo que pasa éste en la barrica:
Vinos de crianza: permanecen un mínimo de 24 meses en reposo en bodega, de los cuales 6 tienen que ser en barrica.
Vinos de reserva: tienen que permanecer un mínimo de 36 meses en reposo en bodega, mínimo 12 en barrica.
Vinos gran reserva: mínimo de 60 meses en reposo en bodega y al menos de 18 meses en barrica.

Ni que decir tiene que esta clasificación es en términos generales, ya que cada Consejo Regulador dicta sus normas y depende también del tipo de vino; tinto, rosado o blanco.

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